‘La conducta del hijo único’

‘La conducta del hijo único’
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Se trata también, bastante a menudo, de un niño en el cual, el padre, la madre, los abuelos y los tíos centran todo su interés y que, por tanto, el chico puede convertirse en la única fuente de satisfacción de los familiares. En tal situación, se tiende a exigir mucho de él y a pretender, aunque sea inconscientemente, que se adecúe a todas las expectativas de los progenitores hasta llegar a ser, en suma, exactamente como ellos lo quieren. Además, está claro que el hijo único tiene menos ocasiones de estar conviviendo con otros niños, por tanto es frecuente que tenga alguna dificultad en integrarse socialmente y en establecer relaciones con menores.


Asimismo, a menudo el niño puede manifestar su dificultad con una actitud dominante y prepotente, con la que tiende a querer destacar sobre todos a cualquier precio; esta forma de comportamiento es debida al hecho de que no ha podido aprender a convivir con los otros niños y no es, por tanto, capaz de aceptar las reglas del grupo.

En este punto es necesario hacer una aclaración importante: no es del todo cierto que todos los hijos únicos deban ser así o que, fatalmente, deban tener dificultades emotivas y sociales.
No creemos que la condición de hijo único deba por sí misma ser considerada gravemente negativa; en todo caso, puede ser un elemento que facilite las manifestaciones de determinados rasgos de caracteres y de comportamientos, pero que no los crea necesariamente.

Con este propósito es necesario poner de relieve que todo depende de cómo ha sido tratado y educado el niño y del modo en que la familia lo considera y siente. Igualmente importante es el motivo por el que el hijo ha sido único, la razón de la falta de hermanos; quiero decir que es bastante distinto el caso del niño sin hermanos por la imposibilidad de los padres para engendrar otros hijos, aún deseándolos, que el caso de la familia que se limita a un solo hijo para no tener luego más problemas, para no cargar con el peso, las responsabilidades y la fatiga que comportan el nacimiento, creciente y educación del pequeño.

Está claro que en esta última situación, los padres consideran a los hijos más como una preocupación que como una alegría. Este tipo de actitud, en sí bastante egoísta y pesimista, no dejará de pesar, de algún modo, sobre la relación afectiva y educativa que tantos padres tienen con sus hijos; aunque éstos no lo expresen con palabras, el pequeño puede tener impresión de ello, puede captar algo negativo, con la consecuencia de que será cuestionado su sentimiento de ser aceptado de modo incondicional en el plano afectivo del padre y de la madre. Citemos el caso del niño que era hijo único y nace un hermanito, junto a los sentimientos de celos y rivalidad que representan un componente normal de la vida afectiva infantil, habrá también el sentimiento tranquilizante de que la alegría de los padres por el nacimiento del pequeño es la repetición de la alegría experimentada cuando nació él. En otras palabras, precisamente por la alegría que les produjo el nacimiento de un niño, ahora deciden tener otro.

Es necesario, una vez más, subrayar que el sentimiento de que los hijos son para los padres una alegría y no una “carga” es fundamental para el sentido de la autoestima del niño. Al contrario, el no querer más hijos para evitar preocupaciones –siempre en el caso de que no sean limitaciones de orden económico, que por consiguiente justificarían tal comportamiento-, se puede observar como una cierta actividad egoísta y una incapacidad de dar afecto a los demás.

RASGOS CONSIDERADOS COMO TÍPICOS DEL HIJO ÚNICO; una cierta tendencia al egocentrismo, es decir, a considerarse como centro destacado de los intereses de todos y, en consecuencia la dificultad de aceptar el punto de vista ajeno, no quieren repartir las cosas con los demás; sienten la necesidad de ser el primero; el sentido, por tanto de excesiva frustración frente a la mínima contrariedad, la constante tendencia a encerrarse en un aislamiento sospechoso y temeroso del juicio ajeno. No respetan los límites de los demás. Son controladores y tienden a manipular las situaciones. No piden, exigen.

A veces, oímos decir que es mejor tener un solo hijo para dedicarse completamente a él, para no tener que privarle de una cierta porción del afecto que habría que dar a otros hijos. También esto parece constituir una visión bastante estrecha del concepto de amor, casi como si este sentimiento estuviera presente en cada individuo, en una cantidad fija, con la consecuencia de que, al ser dividido en varias partes, la porción de afecto a la que cada uno tiene derecho quedase notablemente reducida. El amor no es una cosa que alguien posee y puede dividir y regalar como si fuese un dulce, es más bien, una dimensión fundamental del ánimo humano, un modo de relacionarse con los demás; en resumidas cuentas, algo que en vez de agotarse se enriquece a medida que es otorgado. El hijo único tiende a ser egoísta y posesivo.

En conclusión, el concepto del hijo único parece una manera bastante severa de etiquetar a un cierto tipo de personalidad, o mejor dicho de situación, que no se refiere exclusivamente al hijo, sino también a los padres. Quiero añadir que, paradójicamente se puede ser hijo único, en el sentido negativo del término, aun teniendo hermanos y hermanas. En cambio, hay hijos únicos cuyas relaciones afectivas y educativas con los padres son tan sanas que resultan totalmente equilibrados, maduros, extrovertidos y capaces de relacionarse con los demás sin sentir dificultades.

Desde luego, los padres deberían tener presente que su único hijo puede encontrar cierta dificultad de adaptación emotiva y social (puede, no necesariamente debe) en la medida en que conozcan estas posibles dificultades, sabrán encontrar el modo de solventarlas sin excesivas preocupaciones. Intentarán, por ejemplo, ayudar al niño a buscar y encontrar ocasiones para relacionarse con sus compañeros, lo mandarán a la escuela y, evitarán crear “un niño que está siempre con los mayores”; harán que el niño no se convierta en el único, exclusivo y celoso interés de su vida, su posesión privada, y estimularán en él, y más que en él en sí mismos, la capacidad de ser, sentir y pensar con los demás, de vivir no sólo entre las 4 paredes del hogar (psicológicamente hablando), sino en el vasto mundo que se encuentra más allá de casa. De la misma manera, hay que considerar que si se tienen dos hijos pero existe una diferencia de edades de 6 años o más, al primero se le educó todo ese tiempo como hijo único, pero al nacer otro hermano, otra vez hay que empezar, comprar todo lo que requiere un bebé y tratar a este segundo hijo como otro hijo único. Es importante preparar a los hijos para la llegada a la familia de otro hermanito y así, evitar que se sienta celoso o rechazado.

PSIC. SARA LETICIA CAMPOS CHAVOLLA
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