Diablos y cartillas

Diablos y cartillas
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El combate fundamental no está entre el huachicol y el gobierno de la República. Es una batalla de fuerzas internas en la conciencia de la mexicanidad. Mientras exigimos combate a la corrupción no podemos seguir en la complacencia de los vacíos legales que nos permiten rapiñar lo que no es nuestro, apoderarnos de lotes baldíos, apartar estacionamientos, poner baches a nuestro antojo, colgarnos de los diablitos para no pagar la luz, pedir rebajas o preguntar si no se puede arreglarnos de otro modo en algún trámite, multa o licencia.

Es un debate de civismo y de ética que hemos descuidado. Nos asusta ver el rostro desfigurado de una sociedad suicida, gandalla, indolente al ecosistema y a los bienes públicos. Con facilidad desaparecemos lámparas, macetas y hasta el cobre de las oficinas gubernamentales, justificando de mil maneras lo que no es otra cosa, sino miseria moral.


Los garantes de la moralidad, otrora, el Estado y la Iglesia, se ven rebasados por las nuevas hordas de jueces en redes sociales, que bendicen o crucifican a su antojo. La auténtica “mayoría”, los pobres sin redes sociales, no son tomados en cuenta en esa realidad virtual, son excluidos.

La cartilla moral de la 4T es un apelo a la conciencia ciudadana. Suenan exageradas las voces de quienes la rechazan acaloradamente por sentirla intrusa de la vida privada de los ciudadanos y quienes sin conocerla, la tachan de religiosa. Nada más distante de la realidad.

El pueblo mexicano, el más católico del continente, ni siquiera lee la Biblia. De cada diez cuando mucho tres alguna vez han leído la sagrada escritura o un evangelio semicompleto. Menos conocida es la Constitución Política de la nación. Los católicos aman la figura del Papa, pero muy pocos leen y menos reflexionan sobre las cartas, exhortaciones, filosofías, propuestas de los pontífices romanos. ¿Qué puede importarles un código moral como la “cartilla moral” de Alfonso Reyes?

Políticos y pastores apelan a la educación, a la conciencia, al sentido común. Las escuelas y universidades francamente desistieron a la titánica labor de la educación ética. Enferma de acoso escolar, robos de celulares, embarazos no planeados, droga e intromisión de los padres en la pedagogía son pretextos de velar por los “derechos humanos”; las escuelas se convirtieron en tabernas donde se expenden textos escolares, sin valores, conciencia cívica y educación para la convivencia en sociedad. No queda más remedio que apelar en voz baja al ciudadano autárquico, como no queriendo molestarle, o incomodarle, como pasando frente a medusa con miedo a ser devorado por sus mil y un serpientes.

La ley de Dios incuestionable e innegable, dice a rajatabla “NO ROBARAS”, así como “NO MATARAS”, “NO MENTIRAS” y los demás consabidos mandamientos mosaicos. Nadie tiene el valor hoy de decirlo abierta y duramente, ni la policía, ni los magistrados, ni los pastores, menos los maestros…porque en el cuadrilátero de las arenas movedizas, se revierten las opiniones, se ridiculiza lo correcto, se aplaude lo indecente. No hay temor de Dios, mucho menos de sus mandamientos.

Se dice que 2019 será un año difícil para los cristianos. Yo pienso más bien, que es el peor año para los valores COMUNITARIOS. Los valores del cristianismo son cada vez más rechazados, aunque los templos estén repletos de feligreses. ¿irónico? México el país más católico del continente y el que más ha tolerado, aplaudido, encarnado y estructurado en su forma de vida social, la corrupción y la barbarie. Nadie se pregunta la correlación que existe entre ser cristiano y ser honesto.

El diablo o si prefiere llamarle mal de mil caras, arguye todo para dañar el corazón de los hombres y la sociedad que hemos construido. Es el combate de tu propia conciencia. Ablandarla y dejar que el huachicol la perfore hasta agotarla por completo, o cerrar las válvulas y defender a capa y espada la conciencia de la CRISTIANIDAD, en su honradez, verdad, y justicia. Hay que luchar por lo que amamos. Hay que defender los valores en los que creemos.

Adquiera usted la “cartilla moral” de su preferencia. Pero adquiera al menos una, católica, protestante, budista, judía, de la 4T, masónica o juarista, pero vívala. La regla de oro jesuánica es la más fácil de aprender de todas y la más difícil de realizar: Amar a Dios por sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo. O más fácil aún, la agustiniana: “ama y haz lo que quieras”.

Las cosas no han cambiado en su esencia. Robo es robo. Mentira es Mentira. Asesinato es asesinato. El diablo se goza cuando rociamos miel a la maldad para que luzca menos grotesca, que nos interpele menos, no sacuda la conciencia, no deje ver nuestras culpas. Endulzar lo diabólico. Esconderse pues, ha sido la artimaña del mal desde antaño. Esconderse con apariencia de bien, con apariencia de bienestar, con apariencia de paz.

No permitamos que el diablo anide cómodamente en nuestras conciencias adormecidas de aplazamientos para resolver “luego” los problemas. Ni la corrupción, ni el despojo de los bienes públicos, soportan un para “después”. Es ahora, o el espiral con su cola serpentina, nos arrastrará irremisiblemente al último reducto de la moral. Nos tocará solamente contar arcas vacías, sepulcros y fosas repletas de injusticia, bribones triunfando sobre el bien. Entonces nos malhayaremos por haber despreciado la preciosa oportunidad de hacer valer el crisol de la justicia, aquí y ahora.



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