Infancias, migración y memoria: México en la Berlinale 2025

La edición de este año de la Berlinale mostró un abanico representativo de lo que significa el cine mexicano

 

La Berlinale se presentó este año con una vibrante variedad de historias mexicanas que, juntas, explican muy bien el estado de nuestro cine. En primer lugar, El diablo fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en la misma caja), ópera prima de Ernesto Martínez Bucio, se ganó el premio a Mejor Debut en la sección Perspectives. Ambientada en la Ciudad de México durante los noventa —justo durante la visita de Juan Pablo II—, construye un microcosmos donde la infancia despliega su esplendor a través de seis hermanos y una abuela esquizofrénica. En un mundo carente de adultos, los juegos y el fervor religioso se mezclan a la sombra de una pregunta fundamental: ¿existe o no el diablo?, cuya respuesta viene dada de la mano de un estilo visual sólido en una película que a ratos recuerda a Tótem por su intimismo, pero con un humor que explora ese espíritu de amarga alegría mexicana, al hacernos reír mientras la anécdota principal se basa en el abandono de la infancia. Durante la premiere el talento estuvo presente y fue interesante ver de primera mano cómo la coach actoral traducía las complejas preguntas del público para que los niños pudieran descifrar y explicar en términos simples cómo para ellos el rodaje se trató más de un juego y de volverse una familia que de actuar.

Por otro lado está Olmo, de Fernando Eimbcke, que entró en la Berlinale a través de Panorama con una sensibilidad suave y afectuosa. Ambientada a fines de los setenta, en un entorno marginal ya integrado, cuenta la historia de un chico de 14 años que debe cuidar a su padre inválido mientras enfrenta la invitación a una fiesta que lo confronta con la infancia suspendida y la responsabilidad anticipada. Con ese estilo casi doméstico y profundamente humano que recuerda a Temporada de patos, Olmo rememora la cotidianeidad con ternura, retrata la infancia con honesta simplicidad y hace sentir con cada gesto lo que significa crecer en sitios que flotan entre el abandono y la integración. Con dirección precisa y actuaciones contenidas, esta película logra rozar el corazón y revitalizarlo con discreta ternura.

La edición de este año de la Berlinale mostró un abanico representativo de lo que significa el cine mexicano: desde la intimidad poética y feroz de El diablo fuma, pasando por la delicadeza cotidiana de Olmo, hasta la contundencia política de Dreams. La recepción del público y la atención internacional reafirman que el cine mexicano no solo es reconocido en el extranjero, sino que está a la altura con historias de peso, capaces de dialogar en igualdad de condiciones con el panorama global.