La mujer y su importancia en la sociedad

Foto: @inspectoresdetrabajo.org

 

Durante la última Guerra Mundial, muchos hombres de los países involucrados, fueron llamados a las fuerzas armadas y se vieron obligados a dejar sus trabajos en oficinas y fábricas. La  guerra, aunque significó una gran pérdida de vidas y recursos, incrementó la producción y activó la economía que todavía sufría los efectos de la depresión de los años treinta. Las mujeres reemplazaron la ausencia de mano de obra masculina, y de esa manera tuvieron que modificar sus vidas, hasta ese momento limitadas a las actividades hogareñas.

Las mujeres de principios del siglo pasado, eran educadas para casarse, tener hijos y atender un hogar, y eran escasas las familias que mandaban a sus hijas a la universidad.  Actualmente las estadísticas reflejan una mayor afluencia femenina en los claustros académicos con gran dedicación a los estudios, que da como resultado un mayor porcentaje de profesionales mujeres que se reciben. Por otra parte, la participación femenina ya no se limita a carreras estrictamente para mujeres, sino que abarca todos los ámbitos profesionales, habitualmente ocupados por los hombres.

El nuevo rol de la mujer en la sociedad ha modificado su rol en la familia, cuyos miembros aún no han podido adaptarse a las nuevas reglas de juego. La mujer ha incorporado tareas a su quehacer cotidiano, sin dejar las que realizaba habitualmente, debido a que no encuentra reemplazante.

Los hombres tendrán que ir adaptándose cada vez más al nuevo rol que les exige la vida moderna, colaborando activamente con las tareas domésticas. La mujer es y será irreemplazable en el gobierno de su hogar, porque es el director de orquesta ideal que puede lograr la armonía justa para el buen funcionamiento de la difícil empresa que consiste en llevar adelante una casa.

El desempeño correcto de este rol les dará a los hijos el marco adecuado familiar que representa el continente necesario para que puedan mantener un estado emocional equilibrado, sin altibajos y sin conflictos. La imagen de la mujer en el hogar es insustituible para los hijos, y no implica la realización de ninguna tarea sino solo el hacerse cargo de la atención necesaria para que estas tareas se cumplan. El hombre no tiene condiciones para cumplir este rol adecuadamente, porque no se involucra emocionalmente. Puede realizar cualquier trabajo hogareño, eso si, pero para él será solo un quehacer doméstico aislado, sin visión de conjunto y sin ningún otro significado.

Las mujeres, aun hoy, siguen tratando de elevar su autoestima después de muchas generaciones de sometimiento y desvalorización; y de haber sido consideradas a través de muchos siglos por gran parte de las culturas, como seres inferiores sin ninguno de los derechos del hombre.

Las mujeres como sembradoras de valores.

Las mujeres estructuramos una familia, pensamos en los demás y poco menos en nosotras. Dedicamos nuestro tiempo, nuestro trabajo y nuestra vida a los demás. Somos piedra angular, de nosotros depende mucho el rumbo de los nuestros. La  palabra mujer es grandiosa, sublime, se  asocia con madre, con amor, con dar. Ser mujer significa mucho, entre otras cosas bondad, belleza, equilibrio, entereza, inteligencia, dedicación y lucha.  La educación, la dulzura, la ternura, los hábitos escolares de estudio, los de aseo, puntualidad y orden, son casi siempre encomiendas femeninas. La mujer lleva el hogar, ve que todo esté en orden y marche bien. La mujer se dedica a la alimentación de la familia y está pendiente de la educación de los hijos. 

La mujer espera a su pareja para dialogar y ponerse de acuerdo en diversas funciones. Trata de que al llegar el hombre, esté todo ya avanzado para dedicarle a él un rato de su tiempo. Lo  apoya en lo que puede dentro y fuera del hogar. Si hay que trabajar, ella lo hace y se organiza para cumplir con sus diversas tareas en la medida de lo posible.

Ser mujer, es ser incansable, nosotras mismas no nos damos permiso de reposar. Primero están los demás porque necesitamos que el exterior esté bien para luego, con satisfacción, darnos unos minutos para nosotros y para nuestra introspección. Así nos educan nuestras madres, nuestras abuelas y la realidad así nos lo hace ver. Tenemos que ser integrales. Mujeres valientes y guerreras para enfrentar la vida y enfrentar las adversidades que amenazan nuestro hogar. A veces se nos ve dominantes y somos controladoras porque las cosas las tenemos que manejar, enfrentar y resolver. 

La sociedad nos ha permitido entrar a los ámbitos que anteriormente solo eran masculinos. Escalamos puestos,  estudiamos, trabajamos y aportamos a la economía de el hogar... 

Algunas mujeres han sido sacrificadas, han defendido sus derechos de mujer y les ha costado la vida. De un modo u otro hacemos sacrificios pero la mujer avanza airosa. Y lo más hermoso, es que tenemos el gusto por elevar nuestra autoestima, para vernos bien, para estar presentables y lucir con brillo para nuestro orgullo y el de nuestra familia.

Estamos presentes en la escuela de nuestros hijos, preguntamos por su rendimiento, hablamos con los maestros y si hay problemas, los resolvemos.  Damos amor  a nuestros hijos, a nuestros padres y a nuestras parejas. 

Y después de hacer en un solo día todo lo anterior, nos damos tiempo para orar, para bendecir a nuestra familia, para agradecer a Dios y para pedirle  que nos permita mucha vida y salud para vivirla con los nuestros. Queremos muchos días de vida porque nos preguntamos, ¿qué haría mi familia sin mí? 

Todo esto significa ser mujer. Quizá por todo ello bien valga conmemorar, festejar y dedicarle un día especial a la mujer.  Aunque sea un día...

Yo, mujer, ¡te aplaudo todos los días!

Psic. Sara L: Campos Chavolla 

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