El resentimiento y el perdón

El resentimiento y el perdón
Foto: congerdesign en Pixabay

¿Estás resentido con alguien? ¿Te sientes lastimado y no lo puedes superar porque no te han ofrecido disculpas o porque no olvidas? El resentimiento es la continuación de un sentimiento negativo. Podemos enojarnos y sentir odio o ira a ciertas personas durante un tiempo. Si dicho odio no cede, puede hablarse de resentimiento. La única forma de que el resentimiento se vaya es a través del perdón o de la aceptación de las situaciones. Estamos resentidos por hechos que ya sucedieron y que causaron un dolor que no puede borrarse. Es como tener una herida abierta que no sana y que no deja de producir dolor.

En la actualidad, y dada la pandemia por la que estamos aún un tanto confinados, disponemos de un poco más de tiempo para reflexionar. La posibilidad de morir o de que muera un ser querido nos obliga a estar bien con nuestra consciencia, bien con nosotros mismos y con los demás. Analizamos que tener una actitud hostil y sentirse menospreciado son algunas de las consecuencias del resentimiento.

Hay muchas formas de superar el resentimiento hacia otra persona por un hecho concreto, pero primero hay que comprender que la vida está llena de injusticias. Si nuestra autoestima es buena, después de aquel suceso negativo, habremos madurado, avanzado y aprendido. Nos volvemos más positivos y tratamos de no ver lo negativo. Es mejor mirar hacia adelante. Busquemos perdonar, con esto nos referimos no sólo a perdonar a la persona que nos hizo el daño sino también perdonarnos a nosotros mismos por el mal que nos hayamos podido causar quedándonos anclados en ese pasado. Es importante tener en cuenta que la persona resentida se hace daño a sí misma con sus sentimientos negativos.

No podríamos encontrar la paz cuando en nuestro corazón hay odio hacia aquellos que nos han herido. Necesitamos perdonar para poder vivir una vida plena. El perdón es el medio de que disponemos para sanar nuestras heridas. Todos hemos sido heridos, aunque no merecemos ese dolor. También nosotros hemos herido a otros. Estas son las heridas que continúan doliendo, es porque no podemos o no queremos olvidar. A lo largo de la vida vamos acumulando estas heridas y necesitamos directrices y la ayuda psicológica para deshacernos de ellas. Aquí es donde el perdón entra en juego. Podemos vivir practicando el perdón o con resentimientos.

El perdón depende más de persona herida que de quien la hirió. Los enfermos buscan la paz que no han logrado en vida y los enfermos graves igual, porque morir es liberarse y perdonar también es liberarse. Cuando no perdonamos, persisten las viejas heridas y  mantenemos vivas las épocas infelices del pasado. La gente que no perdona es esclava de sus propios resentimientos, su mente se quedó en el pasado y no es libre para vivir el presente. El perdón nos ofrece muchas cosas, incluso la sensación de tranquilidad que creíamos arrebatada para siempre por quien nos lastimó. El perdón nos ofrece la libertad de volver a ser quienes somos, de recuperar la alegría, la calma y la serenidad de nuestra alma que se siente en paz con los demás y con Dios.  Cuando perdonamos a los demás o a nosotros mismos, recuperamos la armonía en nuestra vida y somos ejemplo de bondad.

No midas a los demás por sus errores, porque no querrás que te midan por los tuyos. Recordemos que, en el evangelio de San Lucas, se le atribuye una frase a Jesús:  "Con la vara que mides, serás medido" versículo del 36 al 38. Si yo perdono Dios me perdona, pero existen muchos obstáculos para perdonar. El principal es pensar que si perdonamos aprobamos el comportamiento de quien nos hirió. Pero perdonar no consiste en estar de acuerdo con que nos hieran, sino en liberarnos del dolor que sentimos por nuestro propio bien y porque nos damos cuenta de que si nos aferramos al rencor seremos nosotros quienes nos sentiremos mal, sufriendo y seremos desgraciados. Las personas que se resisten a perdonar deben recordar que sólo se castigan a ellas mismas.

Perdonar no significa permitir que nos pisoteen, perdonar en todo caso, es un sentimiento de caridad. Es querer dar aunque no te lo pidan, porque así tú te liberas, tu consciencia está en paz.  Después de todo, el perdón se produce en nuestro interior. Cuando perdonamos, reconocemos que la otra persona no estaba en su mejor momento cuando nos hirió y que esa persona es mucho más que sus errores. Dios nos hizo buenos, pero nuestras acciones son negativas, no nosotros. Los demás también son humanos, cometen errores y han sido heridos como nosotros. El comportamiento de los demás no es más que eso, una manera de comportarse, pero de hecho nosotros no estamos perdonando su comportamiento, sino a la persona.

Muchas veces sentimos la necesidad de perdonar, pero lo aplazamos y con nuestra pasividad permitimos que poco a poco, gota a gota, la infelicidad se vaya colando en nuestra vida. A veces no somos conscientes de que no queremos vivir así y de que no disponemos de toda la eternidad para aclarar las cosas hasta que nuestra vida está a punto de terminarse. 

Por eso ahora que sentimos que tenemos "el alma en un hilo" y que nadie tiene la vida asegurada ante este Covid 19, podemos elegir este momento para arreglar cuentas pendientes. La falta de perdón nos mantiene estancados. A menudo resulta más fácil culpar al otro, nos fijamos en los errores de la otra persona así no tenemos que observarnos a nosotros mismos ni nuestros defectos. Vivir en el dolor nos hace víctimas y sufrimos, mientras que, si perdonamos, superamos el dolor. No tenemos por qué sentirnos heridos por algo o alguien en forma permanente. Cuando éramos pequeños y nos herían o heríamos a alguien, normalmente alguien pedía perdón. Nuestros padres nos enseñaban, sin embargo, ahora que somos adultos las disculpas no se oyen con tanta frecuencia y aunque las oigamos, decidimos a veces que no son suficientes. Si un niño hace algo malo, percibimos su miedo, confusión y falta de conocimiento. En él vemos a un ser humano y lo disculpamos, pero cuando es adulto el que nos hiere, tendemos a ver sólo lo que nos ha hecho y lo juzgamos por el dolor que nos ha causado. Seamos conscientes de que los demás cometen errores y a veces son débiles, insensibles, imperfectos: están confundidos y dolidos; se sienten solos, emocionalmente inmaduros y frágiles, y tienen necesidades. Son como nosotros, almas que realizan un viaje en la vida lleno de altibajos. Debemos hacernos conscientes de nuestro enfado, deshacernos de esa energía negativa estancada golpeando la pared con una almohada, diciéndole a un amigo lo enfadados que estamos, escribiendo, analizando racionalmente lo que nos pasa, gritando o haciendo cualquier otra cosa que nos ayude a sacar el sentimiento molesto. En muchas ocasiones luego del enfado, viene la tristeza. Experimenta esos sentimientos y luego despréndete de ellos, es la parte más dura.

Quien nos lastimó, quizá tuvo más que ver con sus problemas que con nosotros. A veces no somos culpables ni responsables, esas personas se desquitan con nosotros. Cuando soltemos ese gancho que nos unía a ellas, nos sentiremos libres. Busquemos nuestra paz espiritual y nuestra felicidad. Recordemos que somos humanos, si fuéramos perfectos no estaríamos aquí y seríamos Dioses. Y si hemos hecho algo tan terrible que nos resulta imposible perdonarnos, siempre podemos entregarlo a Dios. Podemos decir: Dios, no puedo perdonarme a mí mismo todavía. ¿Puedes perdonarme y ayudarme a encontrar el perdón en mi interior? Debemos recordar que el perdón no es una tarea que se realiza una vez en la vida sino algo continuo. El perdón es nuestro plan de mantenimiento espiritual; nos ayuda a sentirnos en paz y a estar en contacto con el amor. Nuestra única tarea es volver a abrir nuestros corazones a la vida. ¡Todos merecemos otra oportunidad!

Psic. Sara L. Campos Chavolla  Torre Médica Av. Méndez 1110 Segundo Piso Tel 9933141178 Cel 9931498830



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