Nuestros pensamientos son catastróficos y nos hacen sufrir

Nuestros pensamientos son catastróficos y nos hacen sufrir
Foto: Free-Photos en Pixabay

Sin duda, las investigaciones en psicología, han demostrado que la seguridad personal y una sana autoestima, nos ayudan a domar y a restringir los miedos, para ello se requiere valor y decisión. Las raíces del miedo se encuentran en un apego inseguro, en problemas de autoestima, en traumas pasados y en múltiples razones, que, en cada caso, han ido condicionando a la persona sin siquiera darse cuenta. El miedo nos bloquea e impide avanzar, afecta a nuestro cuerpo y oscurece nuestra mente, sumiéndonos en una nube de angustia que nos impide trabajar para lograr nuestros objetivos. Por miedo no aceptamos ese trabajo que nos gustaría, por miedo no emprendemos el negocio que nos ilusiona, por miedo perdemos a la persona amada, por miedo no nos damos la oportunidad de vivir como nos gustaría. Recuerda que vivir con miedo es vivir a medias.

No cabe duda que ahora, ante la crisis sanitaria debido al Covid-19, nos encontramos en una verdadera catástrofe. El miedo se justifica. No podemos evitar leer y enterarnos del número de contagiados y fallecidos que día a día aumenta dramáticamente sin poder controlar esta contingencia. Este hecho y la posibilidad de sufrir el padecimiento en carne propia nos altera, nos estresa y rompe el equilibrio emocional que teníamos antes de la pandemia.

Muchas personas están todo el día con el temor a las calamidades y se imaginan escenarios catastróficos sobre lo que puede suceder en su vida.  La mayoría adoptamos a veces esa actitud trágica y nos hundimos en un mar de perspectivas terribles, aunque tal vez improbables. Sin embargo, esta capacidad de prever que algo malo puede pasar, nos prepara para poner los medios necesarios y sobrevivir a la catástrofe. Esa es justamente una ventaja evolutiva del ser humano respecto a otras especies. Las ciudades de la antigüedad se amurallaban para protegerse del supuesto ataque de los bárbaros y hoy en las zonas sísmicas se construyen edificios capaces de resistir grandes temblores de tierra. Para evitar inundaciones, se desvían ríos, etc. Son medidas inteligentes que aportan seguridad y han ayudado a minimizar el desastre cuando llega.

Cuando esa forma de pensar se traslada a nuestra vida personal y empezamos a vivir con la ansiedad de que todo nuestro mundo, o aquello que consideramos más valioso, se va a venir abajo, se inicia el problema.

Las personas catastrofistas debido a su facilidad para hacer pronósticos negativos, llegan a crear una crisis de la nada.

Pensemos, por ejemplo, en el celoso que interpreta cualquier contacto social de su pareja como un principio de seducción que acabará en infidelidad o en el abandono. Se imagina lo peor y puede incluso volverse agresivo al dar por hecho que se le está lastimando o menospreciando. Los empresarios o inversionistas que se dejan llevar por el pánico debido a un rumor y acaban hundiendo las acciones de una empresa o haciendo malos negocios. El que es hipocondriaco, ante cualquier pequeño dolor, se diagnostica enfermedades graves y devastadoras, mismas que sólo existen en su mente. El gran problema de esta clase de predicciones es que acaban siendo proféticas, y no precisamente por obra del destino, sino porque la misma persona se encarga inconscientemente de que sus peores temores se vean cumplidos.

Es común que las personas que tienen un pensamiento catastrofista padezcan problemas de concentración, insomnio y ansiedad que pueden llevarlos a una depresión. La buena noticia es que es posible detener esa clase de procesos mentales. Pero veamos antes que nada cuál es su origen y aunque muchas personas son capaces de predecir catástrofes sin haber vivido ninguna, generalmente este tipo de acontecimiento tiene su origen en un accidente o evento traumático que hace que dejemos de ver nuestro mundo como un lugar seguro.  La persona vive en un estado de alerta permanente. Algunos estudios demuestran que entre el 60% y el 70% del pensamiento de un individuo es de índole negativa y pesimista.

Para cambiar nuestra percepción catastrofista, proponemos tres afirmaciones que se pueden repetir para salir del fatalismo:

- Esto que pienso no me está sucediendo ahora. En este momento estoy a salvo. Mi familia está bien.

- Pase lo que pase, puedo hacerle frente al problema.

- Yo y sólo yo soy el causante de mi propio sufrimiento. El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional.

- A estas tres declaraciones podemos agregar lo que dice la estadística sobre esta clase de predicciones: la mayor parte de desastres que tememos nunca llegan a suceder. Cuando se trata de rechazar una emoción sin estar convencido, esta se fortalece. Del mismo modo, al aceptarla y analizarla empieza a perder su poder.  

Para no caer en una depresión, hay tres pasos que debemos seguir:

1. El primer paso sería reconocer que tenemos esta clase de pensamientos. Al detectarlos y entender cómo nos afectan, pierden buena parte de su fuerza.

2. El segundo paso es aplicar una estrategia psicoterapéutica para evitar que esa clase de ideas se vayan al extremo.

3. Una tercera alternativa es centrar la atención sobre cada idea catastrofista como una nube que pasa por la conciencia, sin aceptarla ni rechazarla. Se etiqueta como un pensamiento, no como un hecho y se deja pasar. Con ello menguará su influencia sobre el estado de ánimo.

4. Hay que evitar el contacto con las personas pesimistas y desmotivadoras, ya que esta clase de dinámicas mentales son altamente contagiosas.

Investigaciones recientes han demostrado que el pensamiento negativo, si se usa de manera estratégica, también puede acabar resultando beneficioso para quien lo practica. La visualización negativa puede ser un efectivo antídoto contra la ansiedad. En realidad, lo que los psicólogos denominamos “pesimismo defensivo” es una estrategia aplicada por entre un 25% y un 30% de las personas. “Cuando intentamos persuadirnos de que todo se resolverá para bien, corremos el riesgo de reforzar la creencia tácita de que sería completamente catastrófico que eso no sucediera. En cambio, si tratamos el caso con cierta sobriedad y consideramos lo mal que realmente puede ir, encontraremos que nuestros temores disminuyen hasta tener un tamaño manejable”.

El pensamiento catastrofista más común y realista, el de la propia muerte, ha sido empleado por los místicos para desapegarse de las preocupaciones humanas, a la vez que supone una invitación a vivir la vida.

Ante el posible escenario que nos preocupe se puede hacer lo siguiente: Imagina qué es lo peor que puede pasar, el grado máximo de catástrofe. Trasládate ahora mentalmente a esa situación. ¿Qué harías?

Si no se trata de la propia muerte, la cual además pone fin a todo sufrimiento, cualquier otra cosa que suceda no es el fin del mundo. Como seres adaptables que somos, seguro que haríamos algo útil para nuestra supervivencia en la nueva situación. Por tanto, no es tan terrible. La ventaja de plantearse el comportamiento en el “peor escenario posible” es que, con toda probabilidad, sucederá algo menos malo y se vivirá como un alivio. O no sucederá nada de lo que se teme.

Mientras tanto, a vivir. Si estás dispuesto a vivir, podrás luchar por tu vida, te cuidarás y cuidarás a los tuyos. Sigue adelante con tu vocación, con amor por tu familia. Si estás solo encontrarás un amor que te llene, trabajarás para conseguir aquello con lo que soñaste y que quizá se disminuyó o perdiste, pero para ello tendrás que arriesgarte y seguir en la lucha. Hay que abandonar el miedo, asomarte a la vida, sentir y disfrutar lo que la vida te ofrece, no te pares quien no arriesga, no pierde, pero tampoco gana.

“Algunas personas enfocan su vida de modo que viven con entremeses y guarniciones. El plato principal nunca lo conocen”. José Ortega y Gasset

PSIC. SARA CAMPOS CHAVOLLA

AV. GREGORIO MENDEZ TORRE MEDICA 2DO PISO SALA A

TEL: 3-14-11-78  CEL: 9931920934




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