Periodista mexicana narra su experiencia de lo que sintió tras la muerte de su mamá por Covid-19

Periodista mexicana narra su experiencia de lo que sintió tras la muerte de su mamá por Covid-19
Foto: videos.jornada.com.mx

La periodista Záyin Villavicencio, narró su dolorosa experiencia, luego que su madre, Gloria Sánchez Calderón, falleciera el pasado 4 de abril, a causa del coronavirus en Morelia, Michoacán. 

A través de un artículo publicado en su portal web revolucion.news, y replicado en el diario La Jornada, la comunicadora expresó su sentir sobre lo sucedido, al mismo tiempo que lamentó que la gente dude que la pandemia sea real, o porque las cifras aún no les parecen alarmantes y piensen: “a mí no me va a pasar”.

“Este sábado, Michoacán registró el segundo deceso por coronavirus (Covid-19). Como periodista, así comenzaría una nota informativa, en las que predominan cifras y habitualmente suprimimos detalles como que era madre, hermana, esposa y abuela.

Pero esta vez no. Esta vez les voy a contar que la muerta número dos era una morena hermosa, de ojos y cabello negro, que era mi madre. Porque esta vez, la estadística lleva mi apellido.

Gloria se llamaba, tenía una nieta de 10 años que se pellizca desde que supo que su abuela murió, dice que es una pesadilla y la extraña a morir. Que cada que va a la cama llora porque hay momentos en los que la realidad te azota y lloras con la luz apagada de cara a la pared.

Yo misma no lo creo, esta vez la realidad me alcanzó, y de pronto, estaba sola en la noche en medio de un hospital vacío, rodeada de hombres con trajes blancos, mascarillas y militares. Estaba ahí, hablando con doctores que se hacen los fuertes y por dentro mueren de miedo.

Nunca había imaginado su muerte, pero ni remotamente pensé que fuera a ser como la escena de una película apocalíptica. Es quizá esa apariencia de ficción lo que nos aleja de la tragedia, y por ello la gente duda que la pandemia sea real, o porque las cifras aún no les parecen alarmantes y piensan: ‘a mí no me va a pasar’.

Entre todo lo increíble que estamos viviendo está lo improbable. Pensar que entre casi un millón de habitantes que hay en la ciudad, el primer muerto te toque a ti, eso significa una probabilidad en un millón.

O que entre 4 millones 500 mil habitantes, la segunda muerte la ponga tu familia, eso más que improbable es la peor de todas las malas suertes del mundo, y decir que se infectó en un hospital privado, porque después de su cirugía estaba sin salir de casa, pues ni hablamos.

Mi mamá era una mujer fuerte, en un par de meses cumpliría 63 años; ¿cuántos años tienen tus padres? En serio, ¿piensas que no te puede pasar?

Lo que más te debería dar miedo es que sin presentar síntomas, puedes ser portador e infectar y asesinar sin darte cuenta. Porque el virus llega, se instala, analiza cuáles son tus debilidades y ataca. Al principio puede ser que te sientas menos mal que de un resfriado común o que no sientas nada.

Es tan silencioso que hace que no te preocupes y avanza tranquilo, hasta dar un tiro certero y calculado, como un francotirador que no falla, justo cuando los médicos piensan que no va a pasar, llega la muerte rápida y fulminante. Luego sigue la llamada, el papeleo y la realidad.

Después de su muerte, la vida sigue pareciendo irreal. Cuando tendríamos que estarla sepultando, doctores con reactivos en mano estaban tomando las pruebas de mi familia. Mi hermana resultó negativo, mi papá y mi hermano positivos, ambos tienen solo dolor de garganta.

Así que a pesar de estar en la misma casa, ahora están aislados entre ellos, con miedo, sin poder asomar la nariz a la calle. Luego seguimos nosotros. Por estar en contacto con personas infectadas eres candidato o candidata a que te metan un alambre por la nariz casi hasta el cerebro.

A Jade, que tiene 10 años de edad, los médicos que le realizaban la prueba le preguntaron si había viajado recientemente o por qué le harían análisis. Fría como suele ser, les respondió: “porque mi abuelita se murió de Covid y yo la cuidaba”; ambos, con todo y sus trajes de protección, dieron un paso para atrás.

Aislados y con miedo.

Te morirías de miedo de saber lo rápido que ese virus mata, entrarías en pánico si te digo que los últimos 14 días antes de su muerte, mi mamá estuvo en casa sin recibir visitas, que un día le dio gripe, al día siguiente le costaba respirar, y en el hospital murió en menos de un día.

Te quedarías en casa si supieras que si alguien que quieres muere infectado por Covid-19 y no podrás despedirte, no habrá reconocimiento del cuerpo y te prohibirán los abrazos. No habrá flores, ni un funeral, y lo único que volverás a ver es un cajita de madera con cenizas.

Lo más extraordinario es el dolor, el dolor de ver a tu familia llorar y no poder abrazarlos. Y lo más triste serán los próximos 40 días de aislamiento, o por lo menos 22 de no poder vernos ni tocarnos.

Lo que sigue es sentir miedo, ¿quién sigue?, ¿quién más está infectado? Y entonces, recapitulas, y piensas que aunque has estado en aislamiento fuiste al súper a comprar víveres, le diste dinero al viejito que embolsó tu comida, al viejito del estacionamiento.

Te llaman para monitorearte y te preocupa cada una de las personas con las que estuviste, y quienes estuvieron con las personas que estuviste y que ahora tienen que permanecer en confinamiento y observación obligatoria.

Aún no sabemos si somos positivos a Covid-19, pero esperamos con ansias los resultados porque tenemos dolor de garganta, ansiedad, un nudo enorme en el pecho, impotencia, ganas constantes de llorar y miedo de lo que significa que alguien ya no esté más en nuestras vidas.

Porque su ausencia se va a quedar siempre atravesada en el pecho como un síntoma crónico de tristeza.

Está de más decir que en esta tragedia vamos a perder mucho y ya nada volverá a ser como antes, por los incrédulos que en la fila de las tortillas dicen que todo es mentira, por los irresponsables y por quienes se creen intocables.

Creo que un caso y una sola muerte deberían bastarnos para quedarnos en casa. Porque en esta inyección de realidad, cada caso nuevo o muerte dejarán de ser para mí un número más, como lo es para los medios de comunicación que esperan con ansias el repunte de las cifras de afectados para dramatizar su historia.

Ojalá que si aún están a tiempo, esta historia les ayude a entender: ¡QUÉDENSE EN CASA! cuídense, cocinen, lean un libro, vean una peli, hagan tik toks, cuenten los segundos de la espera, pero no salgan, y así podremos permanecer vivos.

Yo solo espero más que nunca, que llegue ese día en el que podamos volver a abrazarnos.

En memoria de:

Gloría Sánchez Calderón, la mamá más extraordinaria y la mejor abuela del mundo”.



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