‘Desolación y depresión’

‘Desolación y depresión’

 
No son lo mismo. La desolación está fincada en su derrotero, es decir, al lugar dónde nos lleva: un deseo árido, seco, desértico, “sin ánima” que nos hace sentir una disminución en la esperanza, la fe y el amor. Todo es negro, todo es malo, todo es incorregible para el que está desolado.



No es el cuerpo el que siente, sino el alma por medio del cuerpo. Pero van unidas, por ello es difícil distinguirlas. En la desolación sufre el alma. La desolación nos quita el sueño, la alegría de vivir, las ganas de comer, de estar con otros, de compartir. Nos parte el alma. Diversos salmos bíblicos se refieren a esta feroz experiencia espiritual: Salmo 22, 143, 130, 120. La expresión más fuerte en boca de Jesús ¿Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado? (Elí Elí, ¿lema sabactaní? (Mt27,46)

Tiene forma de derrota, tristeza, nostalgia, melancolía, quizá remordimiento o culpa. Literalmente te sientes crucificado, sin salida. La desolación puede ser identificada fácilmente por su “causa precedente”: un descuido en la vida interior que lleva a actitudes derrotistas, una prolongada actitud pasiva –pereza- dejadez, una injusticia, una traición, una calumnia. La desolación también puede tener su origen en un acto o cambio dramático imprevisible en nuestro estilo de vida, como la muerte de un ser querido, el rompimiento amoroso, el despido laboral. En estos casos la desolación puede tratarse bajo un proceso que dependiendo de la capacidad de frustración y el umbral del dolor del sujeto, puede remontarse en un tiempo mediato. También puede ser una tentación grosera, como la de Job para probar la fortaleza de su alma: “¿Quién soy yo para dudar de tu providencia, mostrando así mi ignorancia?” (Job 42,3).

Santa Teresa tuvo una desolación por años. San Ignacio sintió tal desolación que tuvo tentación de suicidarse. San Pablo se lamentaba por el aguijón que no lo dejaba en paz.

Para la desolación la regla espiritual es NO HACER MUDANZAS. Es decir, no tomar ninguna decisión mientras estoy en esa etapa oscura del alma. La experiencia dice que toda decisión tomada bajo la desolación espiritual, casi siempre es un fracaso. Empeora las cosas. Es mejor atemperar el ánima, esperar a que pase la tormenta y tener fresca la memoria y el corazón, para reemprender el camino.

Pero la desolación no se va como la niebla con la madrugada, sin más. Hay que poner los medios para salir de ella. Ignacio de Loyola, dice AGERE CONTRA. Busca, actúa, realiza los cambios que te ayuden a salir del lodo, del atolladero, de la cueva de los leones. Si tu desolación te provoca aislamiento, soledad, tristeza, falta de apetito, deseo de estar en cama; el contrario es buscar la compañía de seres amados, tener pensamientos alegres, positivos, resilientes, modificar la dieta por algo apetitoso y saludable, caminar, nadar, de pesca, hacer ciclismo, ir al mar, a la montaña. Esta es la parte más difícil y supone de quien vive la desolación algo de energía para superar el episodio. Para los creyentes, no es posible superar la desolación sin ORACION. La ORACION son las cubetas de agua fresca en medio de la hoguera del alma.

Lo más bello de la desolación, es que una vez superada; nos convierte en seres luminosos para ayudar a otros. Una vez aprendida la lección, nos hace más sobrios y sabios al momento de enfrentarnos a etapas difíciles de la vida y sobre todo… afina nuestro olfato para no volver a caer en esa cueva. La desolación es horrible. Salir de ella, es hermoso. Como decían los clásicos “SI FALLOR SUM”, si me equivoco, existo. Todos alguna vez en la vida, pasaremos por alguna desolación espiritual. Es bueno saber qué hacer para apapachar a nuestra alma y superarla. Lo contrario a la desolación, es la consolación.

La depresión es una enfermedad clínica severa. La Organización Mundial de la Salud pronostica que para el 2020 la depresión será la segunda causa de discapacidad en el mundo y la primera en México. La salud mental está en riesgo. Sus síntomas son variados, el agotamiento físico extremo, hipersomnia alterada con periodos de insomnio prolongado, dolor crónico, alteraciones bruscas de humor y apetito. Está generalmente muy mal diagnosticada y peor tratada. Muchas veces se estigmatiza al paciente y se le coloca en una disyuntiva ¿antidepresivos, sí o no?

El espíritu redime a la materia. Hay niveles de psicología e incluso psiquiatría que reconocen la importancia de una vida espiritual para sanar integralmente a las personas. Son procesos muy delicados pues tocan la profundidad de la conciencia humana.

El Jesuita Mihály Szenmártoni escribió la PSICOLOGIA DE LA EXPERIENCIA DE DIOS. Sostiene que un teólogo espiritual es el indicado para acompañar este tipo de procesos espirituales de desolación-depresión. La psicología ha demostrado que la depresión se supera más eficazmente con la fe en un ser superior. Así lo han comprobado por décadas los AA. El ateísmo y el agnosticismo, sufren la tormenta de la depresión aún más cruelmente pues miran al hombre sólo con su circunstancia, en el abismo de su ser, en el vértigo nietszcheano de la nada que lo lleva a la náusea de si mismo. Sufren de cuerpo y alma, buscando solo calmar la sed del cuerpo dejando sedienta su alma: UTI CREATURA EST, tal como es la creatura, sin su creador. La fe en Dios puede cambiar la dirección de las conductas suicidas.

Para superar la desolación y la depresión, se requiere comprender a la creatura y a su creador. “Conócete a ti mismo”, decían los griegos en el oráculo de Delfos. Introspecciona, pero también Ora, porque bien sabemos que en esta vida, somos barro, en manos del alfarero.

Mtro. Roberto Valencia
Filósofo y Teólogo
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