Bellas artes, las discotecas y el brillo de un amplificador

Bellas artes, las discotecas y el brillo de un amplificador
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La historia de las mejores discotecas de México, pasan por las manos del afamado ingeniero Ricardo Flores.

Su trabajo diseñando audio para los mejores centros de diversión en nuestro país, quedó materializado en Acapulco, principalmente en lugares como Cats, Boccaccio, “UBQ”, Baby’O, Magic, Casa Arabesque, o Midnight, pero también en Marko Disco en Tijuana, en el Taizz de Cuernavaca, el Dady’O de Cancún, o Passage de Ciudad de México, Lady’O y Baby Rock de Interlomas, por citar algunos.


Nadie podría imaginar que su primer trabajo en Bellas Artes, en la década de los 70s, le daría la oportunidad de incursionar en el mundo del entretenimiento de una forma tan decisiva.

Y es que a veces el destino tiene capítulos que no caben en la visión e imaginación de sus protagonistas.

Haciendo una revisión de los equipos, bocinas y amplificadores utilizados ahora y en aquellos lejanos días, se hace evidente la manera en la cual ha avanzado la tecnología, y junto con ella, la concurrente evolución de los centros de entretenimiento.

Contaba Ricardo Flores que al llegar a Bellas Artes, el equipo del que se disponía eran únicamente 4 bocinas; 2 para los espectadores, y 2 mas para sonorizar el escenario.

Estas bocinas recibían potencia de unos amplificadores de Bulbos, una tecnología de la década de los 70s que se caracterizaba por tener unos tubos luminosos que variaban su brillo según se transmitía la potencia a los parlantes, tecnología previa al famoso transistor integrado.

Le pedí a Ricardo que me mostrara una imagen de esos amplificadores, a lo cual aceptó generosamente, y fue en ese momento que tuve esa epifanía, como si el mundo se congelara.

Ese momento en donde parece detenerse el tiempo, y como si fuese un golpe a tus sentidos me llegó una imagen de mi infancia que estaba guardada en algún lugar de mi mente.

Esos bulbos, esas luces, las recordaba perfectamente, siendo un niño pequeño, tratando de tocarlas, de alcanzarlas, y mis padres evitando siempre que me acercase lo suficiente para lograr mi objetivo, en parte por el calor que el equipo generaba, en parte para que no tuviese oportunidad de descomponer tan preciada pieza tecnológica.

Se trataba del famoso amplificador McIntosh 75, icónico, soberbio y de gran elegancia, una rara mezcla de diseño, tecnología y potencia que rebasaba y por mucho los estándares de la época, y curiosamente lo siguen haciendo.

De repente, la excelente plática con Ricardo se transformó en un repentino salto al pasado, y simultáneamente, en un vínculo tecnológico entre el Palacio de Bellas Artes, y el equipo desde el cual, fiesta a fiesta, se escribía la leyenda de Kiko y Co. en nuestro estado, tal y como consta en las memorias y recuerdos de muchas familias.

Gracias Ricardo por compartir tus fantásticas historias, y por regalarme de manera sorpresiva, esa estampa, ese fragmento de tiempo que me permitió volver a sentir las cariñosas manos de mis padres, grabadas para siempre al ritmo del brillo de esos bulbos irrepetibles.

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